Una década después de la implementación de la resolución 125 –diseñada por el entonces ministro de Economía kirchnerista Martín Lousteau– regresan las retenciones móviles al escenario de la política económica argentina. Pero esta vinieron recargadas.
En 2008 las retenciones móviles –que sólo se aplicaban para commodities agrícolas– se diseñaron para consolidar un proyecto político hegemónico que finalmente se malogró gracias a un movimiento de resistencia civil conocido como el “conflicto agropecuario”.
En 2018 ese mecanismo regresa potenciado pues abarcará prácticamente a todos los principales productos exportadores por la Argentina. En este caso, la motivación primigenia de la medida es sustentar un gasto público ahora descontrolado por el peso creciente de la deuda dolarizada.
El contexto y los personajes cambiaron (aunque quizás no tanto porque se evalúa que Lousteau podría integrarse al gobierno del presidente Mauricio Macri), pero el problema central de la Argentina sigue incólume.
La inflación, el desempleo, la pobreza y el desánimo generalizado son producto del hecho de vivir en una economía cerrada, la cual atenta contra el desarrollo del potencial genuino presente en el país para transformarlo en una factoría de unos pocos productos con demanda global (a los que tenemos que tenemos que agradecer porque sin los mismos viviríamos en un estado paupérrimo)
La solución argentina no es reducir el déficit fiscal. Ni siquiera es llegar a tener superávit fiscal. La solución –tal como descubrieron los australianos 35 años atrás– es lograr quebrar las barreras mentales que impiden que el país ingrese en un régimen de economía abierta.
Muchos de los argentinos que hablan maravillas de Australia no saben que a comienzos de los años ’80 esa nación tenía una matriz económica similar a la presente actualmente en la Argentina. Pero en marzo de 1983 fue elegido en esa nación un nuevo gobierno de centroizquierda encabezado por un sindicalista, Bob Hawke, quien eliminó gradualmente todas las protecciones que impedían la libre importación de muchos bienes (como vehículos, vestimenta y calzado) para focalizarse en incrementar las exportaciones en las áreas en las cuales los australianos son competitivos (como minerales, petróleo, trigo, carnes o vinos). Los australianos son lo que son porque cambiaron. Nadie les regaló nada.
En las próximas semanas los argentinos perderemos el recurso más preciado que tenemos –el tiempo– para discutir cuánto ajuste debe hacer el Estado y cuánto debe quitarle a determinados sectores privados para poder ocuparse de aquellas urgencias sociales que son producto de la destrucción de riqueza generada por la dinámica propia de una economía cerrada.
“Estar en el mundo implica riesgos y costos, pero no estar en el mundo es sencillamente imposible. Y estar a medias o de mala gana, tiene riesgos y costos mucho mayores, que siempre pagan los sectores mas vulnerables de nuestras sociedades”, afirmó en junio de este año el presidente de Uruguay Tabaré Vázquez durante la Cumbre de representantes del Mercosur que se llevó a cabo en Paraguay, donde el mandatario oriental volvió a insistir en la necesidad de que las naciones del bloque sudamericano se integren comercialmente con China para evitar perder el tren de la historia. Lamentablemente su pedido no fue escuchado.