La producción de huevos en la Argentina creció de forma notable a partir del año 2003. Las granjas avícolas aumentaron en número y, a su vez, también incrementaron su productividad en base a nuevas tecnologías. A partir de este cambio productivo, tales establecimientos comenzaron a generar una mayor cantidad de residuos que, sin un tratamiento adecuado, pueden constituir un foco de contaminación y de plagas. Un estudio del INTA y de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA) analizó cómo transformar los excrementos de las gallinas ponedoras —o guano— para reducir su impacto ambiental y para aprovecharlos como abono en suelos agrícolas.
“En la Argentina, las granjas de aves ponedoras se concentran en las provincias de Entre Ríos, Buenos Aires, Córdoba y Mendoza. Más del 90% consiste en galpones con 10 mil ó 20 mil gallinas en jaulas. En los últimos años, la actividad avícola del país elevó su producción y así también sus residuos. Se estima que cada año se generan 1,5 millones de toneladas de guano”, explicó Pedro Rizzo, profesional del Laboratorio de Transformación de los Residuos (LTR-IMYZA-INTA Castelar) y estudiante de Doctorado en Ciencias Agropecuarias de la EPG-FAUBA.
En particular, el estudio de Rizzo profundizó sobre las posibles problemáticas de las granjas ubicadas en zonas periurbanas del AMBA. “Muchos barrios se extendieron con escasa planificación alrededor de establecimientos de ponedoras. Para evitar que esta cercanía traiga conflictos, hay que prevenir los malos olores y la contaminación de suelo, aire y agua que el guano puede generar. Una forma es aprovecharlo como insumo para otras actividades, ya que contiene nitrógeno, fósforo y otros compuestos químicos útiles para mejorar suelos agrícolas”.
Dado que el guano contiene patógenos y sustancias potencialmente contaminantes, Rizzo advirtió que se lo debe transformar en una enmienda segura antes de aplicarlo a los suelos. “Si queremos prevenir impactos negativos en el ambiente y en la salud de los trabajadores que manipulan el residuo, hay que reducir fundamentalmente su contenido de patógenos y de materia orgánica. Esto se puede lograr mediante el compostaje, así que evaluamos distintas formas de realizarlo”.
El investigador explicó que el compostaje es el proceso en el que ciertos microorganismos aeróbicos —es decir, que requieren oxígeno para su desarrollo— degradan los restos orgánicos. “Como resultado de esa actividad microbiana, la temperatura del guano aumenta, y al superar los 55 °C durante cierto tiempo, el compost se ‘higieniza’; o sea, se eliminan patógenos, semillas de malezas y larvas de insectos. El producto final le puede aportar a los suelos un contenido alto de nutrientes y de materia orgánica estable. Para lograr un compost con esas características, durante su formación hay que generar condiciones físico-químicas de aireación, porosidad y humedad”.
“Los mejores resultados los logramos con el compostaje mediante volteos o revueltas mecánicas, una forma simple y efectiva de oxigenar las pilas de guano. Además, agregamos otros residuos agrícolas como aserrín, viruta o y chips de poda. Con este método registramos la mayor actividad microbiana, se alcanzaron las temperaturas más altas, se estabilizó la materia orgánica y se disminuyó la toxicidad y el contenido de patógenos del material inicial. Es una tecnología simple y económica que al valorizar los residuos agrícolas locales también promueve la sustentabilidad de los sistemas productivos”, puntualizó.
Promover el compostaje
Rizzo comentó que el objetivo de su investigación es ofrecerles a los productores alternativas accesibles para procesar el estiércol de las aves, según su disponibilidad de capital y de mano de obra. Para ello, evaluó diversos métodos de oxigenación en el proceso de compostaje. Algunos requieren tratamientos activos con volteo; otros, no.
Por otro lado, Pedro evaluó en producciones hortícolas, florícolas y forestales, entre otras, el desempeño de los compost obtenidos. “En especies ornamentales probamos un sustrato con 20% del compost que elaboramos y registramos rendimientos similares a los que obtuvimos con sustratos comerciales”.
Tras años de trabajo, Rizzo afirmó que: “aún falta información para difundir el tratamiento y el uso productivo de residuos orgánicos, y también faltan sistemas de gestión que faciliten a las granjas elaborar y comercializar las enmiendas. “Quizás se requiera una cooperativa o una empresa que conecte a los establecimientos que generan compost con las producciones que lo requieran. Por otro lado, desde el Laboratorio de Residuos del IMYZA colaboramos activamente en la reglamentación de una norma que regula la generación y el uso de esta enmienda”.
La norma de compost llegó para quedarse
A principios del año 2019, la Secretaría de Gobierno de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación, el Senasa y otros organismos públicos como el INTA generaron una nueva normativa de compost que regula por primera vez sus usos y elaboración. “Se estableció con qué materiales está permitido realizar el compost, qué parámetros de calidad se deben tener en cuenta —niveles máximos tolerables de patógenos, metales pesados, nutrientes, etc.— y, en función de eso, en qué actividades se lo puede usar”.
“En paralelo a la norma, muchos investigadores conformamos un comité para fomentar que los grandes generadores de residuos de la Argentina comiencen a compostar”, y respecto a sus estudios de doctorado, concluyó: “Me gustaría poder llevarle a los productores varias propuestas de transformación y aprovechamiento de residuos orgánicos. Hoy en día casi no se los trata y me gustaría motorizar ese proceso. Es una alternativa que contribuiría a crear empleos y a mejorar la sustentabilidad de los sistemas productivos”.