La reciente modificación en la legislación que regula el uso, la comercialización y la producción de biocombustibles presenta un cambio en el escenario para este sector hacia el 2030. Una de las principales medidas que establece el nuevo Marco Regulatorio de Biocombustibles —Ley 27.640, promulgada en agosto del 2021— es que se reduce el porcentaje de biodiésel a utilizar para cortar el gasoil, que pasó de casi el 10% al 5%, mientras que el corte de las naftas con bioetanol se mantuvo en valores similares al que establecía la normativa anterior, que era 12%.
En este marco, Diego Wassner, docente de la cátedra de Cultivos Industriales de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA) conversó con SLT sobre el contexto actual de la producción de biocombustibles en la Argentina, su potencial energético y su rol en un mundo que exige parar de quemar hidrocarburos.
Una radiografía del sector
Los biocombustibles son un tipo de combustible que se produce a partir de sustancias orgánicas. En la Argentina, el sector de biocombustibles tuvo un desarrollo fuerte a partir del 2006, cuando se promulgó la Ley 26.093, que establecía, entre otras cosas, el uso obligatorio de biodiésel y bioetanol para mezclas de gasoil y nafta. “Las petroleras tienen que comprar biodiésel y mezclarlo con el diésel de petróleo en un porcentaje que establece el Estado y que en la Argentina llegó a ser casi 12%. Ahora, en el caso del biodiésel, vemos un retroceso en el uso. Eso limita su salida al mercado interno”, comentó Wassner.
El docente añadió que, en un contexto de escasez de gasoil, los biocombustibles pueden satisfacer una demanda que hoy se cubre importando este hidrocarburo. “Al presente, el precio del mercado interno del gasoil es más bajo que el precio de importación. Entonces, las petroleras están perdiendo 500 dólares por cada tonelada de gasoil que importan para cubrir el mercado interno, mientras que la industria del biodiésel tiene una capacidad ociosa enorme y su empleo está frenado por una ley”.
Por otro lado, Wassner comentó que estos combustibles presentan una alternativa energética viable en un contexto de cambio climático en el que la Argentina debe implementar estrategias para reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero. “Para obtener la misma cantidad de energía, el biodiésel y el bioetanol emiten casi 70% menos de gases de efecto invernadero respecto del fósil. Y esto es muy fácil de incorporar a los cálculos de emisiones de los países. Lo paradójico es que se plantearon objetivos bastante ambiciosos para la Argentina en términos de reducción de emisiones, pero esta medida va en el sentido opuesto”.
“Nuestro país tiene mucho biodiésel; lo fabricamos acá y el valor agregado queda acá. Y podríamos usar un 20 o un 25% de biodiésel en las mezclas con gasoil. Brasil va hacia una mezcla de 15%. Y eso después no solo impacta en el sector energético, sino también en los compromisos internacionales que asume un país. Hay medidas que se pueden tomar, pero que requieren inversiones grandes, como migrar a autos eléctricos. Eso nos va a llevar más tiempo. Lo que tenemos a mano son los biocombustibles, y para usarlos solo falta tomar una decisión administrativa”, puntualizó.
¿Energía o alimentos?
En la Argentina, el biodiésel se fabrica principalmente con aceite de soja y el bioetanol con maíz o caña de azúcar. Por esto, uno de los debates en torno a los biocombustibles es si entran en conflicto, o no, con la producción de alimentos. “En el caso del biodiésel, vemos que se destinó cerca de 15% de la producción mundial de aceites. Entre el 2010 y el 2020, el mundo pasó de producir 100 millones de toneladas de aceite a 200. Es decir que el aumento en la producción fue mucho mayor que el poblacional, lo cual indica que hasta ahora no hubo una competencia importante entre el uso alimentario y el energético”, indicó Diego Wassner.
En este marco, Diego comentó que, en los últimos años, la tecnología en torno a este tipo de combustibles avanzó a grandes pasos y, hoy en día, se pueden fabricar a partir de otras materias primas. “Una alternativa es hacerlos con residuos como, por ejemplo, aceites residuales de la industria, aceites de cocina que se tiran o incluso residuos sólidos urbanos”.
Respecto de los aceites de uso doméstico, el docente indicó que tienen un gran potencial si se generan mecanismos eficaces para su recolección: “Es relativamente fácil, con normativa, recolectar aceite de los grandes generadores, como puede ser una empresa que hace frituras. El desafío es cómo recolectar el aceite doméstico. Actualmente hay empresas que se dedican a eso y quieren mejorar la logística, porque hay mucho aceite que no pueden capturar y esa es una fuente de contaminación. Además, si ese biodiésel se exporta con trazabilidad, se está exportando secuestro de carbono, ya que su huella de carbono es aun más favorable que la que presente el biodiésel fabricado a partir de aceite nuevo”.
Otra alternativa que resaltó Wassner es la que ofrecen los cultivos no convencionales cuyos aceites sirven para fabricar biocombustibles, como Brassica carinata y Acrocomia. “En la FAUBA estamos trabajando con Acrocomia, una palmera nativa de alta productividad. Para su cultivo se puede pensar en un modelo que use zonas ya desmontadas hace 50 años para hacer ganadería y que se puedan volver a enriquecer con esta especie nativa”. Wassner indicó que en Brasil ya se utiliza la Acrocomia para generar biocombustibles y que su implantación a escala masiva tiene el potencial de compensar todas las emisiones de carbono del sector agrícola.
Y añadió: “Este tipo de cultivos, al ser más complejos de mecanizar, demandan más mano de obra. Entonces, si logramos generar un sistema sostenible desde el punto de vista social, que los trabajadores estén en buenas condiciones, que se paguen salarios dignos, tendríamos un impacto positivo en la generación de empleo, que es un problema en áreas extrapampeanas, donde existe poca salida laboral. Por esto, desarrollar cultivos como Acrocomia tiene el potencial de crear negocios de triple impacto: económico, social y ambiental, que es una exigencia que cada vez más se pide a los proyectos”.
“Por eso, sobre la cuestión de si los biocombustibles compiten con los alimentos —como cuestionan quienes están en contra de este tipo de combustibles— hay que considerar que hay otras alternativas. Tenés desde sistemas que usan materias primas de uso puramente alimentario hasta sistemas que transforman un residuo sólido urbano en nafta, gasoil o combustibles gaseoso como el biogás o el gas de síntesis. Siendo realistas, el mayor volumen de biodiésel y bioetanol viene de la soja y el maíz. Pero tecnológicamente están todas estas posibilidades, muchas de las cuales ya se están implementando a escala comercial”.
Hacer realidad el potencial
Diego Wassner mencionó un caso que ilustra el potencial de este sector. “La industria aeronáutica, que a nivel global es responsable de casi 5% de las emisiones de gases de efecto invernadero, se propuso reducir a la mitad sus emisiones de estos gases para el año 2050. Y lo van a lograr con distintas alternativas: con mejores motores, mejor logística y una parte importante usando biocombustibles”.
El tipo de biocombustible que usa esta industria, según explicó Wassner, se conoce como biojet –o Sustainable Aviation Fuel– y requiere un proceso de elaboración más complejo. “La industria decidió emṕlear aceites no usados en alimentación, cuya demanda hoy está creciendo mucho. De hecho, en Paraguay se está construyendo fábrica de biojet Omega Green, de casi 1.000 millones de dólares. Cuando la planta esté operando en 3 años, va a ser una ‘aspiradora regional’ de aceites como el de B. carinata y Acrocomia. Al menos, hasta ahora no hay ninguna regulación estatal, esto es el sector privado dispuesto a comprar biojet a un precio que hoy es elevado”.
El docente concluyó diciendo que “hay distintas maneras de llegar al mismo producto usando distintas materias primas, y actualmente están todos en carrera, viendo ese mercado que es internacional, que excede las decisiones de los países, con un producto que es relativamente caro. Lo llamativo es que hay mucha actividad vinculada con eso en la Argentina, en Brasil, Paraguay y Uruguay”.
Por eso, según señaló Diego, el potencial de los biocombustibles es grande, pero para realizarse en la Argentina se requiere un debate de fondo. “Debemos discutir qué modelo de país queremos. Desde la Facultad tratamos de hacer nuestro aporte; hay grupos que trabajan en microalgas, en biogás, en biomasa para bioenergía y nosotros trabajamos con estos cultivos nuevos que pueden abastecer esta industria. Pero como país, le dedicamos muy poco tiempo a pensar el mundo que se viene, que va a ser complejo y nos va a agarrar medio distraídos. Además, el contexto climático exige una visión a largo plazo y respuestas rápidas”.
“Para cerrar, diría que tratemos de ser optimistas. Hay grandes oportunidades para obtener financiamiento internacional para este tipo de proyectos si se generan condiciones razonables para la inversión. Y la Argentina tiene un potencial enorme, una capacidad notable para responder de manera rápida. Lo que hace falta es generar las condiciones para que esto ocurra, con señales claras en relación con las reglas de juego con las que se va a operar y después sostenerlo en el tiempo, cosa que lamentablemente no hemos podido ofrecer hasta ahora. Tenemos que poder garantizar previsibilidad y razonabilidad”, concluyó el docente de la FAUBA.
Fuente: Sobre la Tierra- por Yanina Paula Nemirovsky