Es notable ver cómo en cultivos establecidos en una misma región productiva existen distintos grados de resistencia al estrés, diferentes respuestas a la fertilización o simplemente comprender que de un lote a otro existen diferencias significativas en el rendimiento y calidad de los cultivos y tales diferencias radican en el concepto de que, así como cada individuo es único e irrepetible, el suelo también lo es.
Permitámonos reflexionar un minuto y entender la paradoja del impacto de la tecnología en nuestra vida cotidiana. En los últimos años, hemos incorporado tecnología para mejorar nuestra calidad de vida a nivel personal, pero al hacerlo, hemos deteriorado nuestra calidad de vida como especie y a nivel global. Este concepto no escapa a la agricultura, donde hemos sido más eficientes para producir, pero lo hemos hecho de forma menos sustentable, deteriorando la calidad y la salud del suelo, lo que a futuro indefectiblemente impactará de manera negativa sobre la base que sustenta esta productividad.
En la actualidad las plantas se consideran verdaderos holobiontes, es decir, unidades biológicas complejas, capaces de interaccionar de manera coordinada con otros organismos para cumplir su ciclo de vida, por lo que su microbioma es un factor clave para sostener su éxito evolutivo. En otras palabras, el suelo es un soporte natural con amplia capacidad de proporcionar recursos biológicos necesarios para que las plantas puedan llevar adelante y de manera eficiente y equilibrada su ciclo de vida. Si aún esta idea les resulta extraña, piensen en la simbiosis entre rizobios y leguminosas o entre micorrizas y las raíces de ciertas especies de plantas. Si asumimos la importancia de tales interacciones podemos entender la necesidad de un suelo vivo, diverso y funcional para proporcionar los socios estratégicos adecuados para las plantas.
Sobre la base de aspectos tecnológicos, la agricultura moderna ha definido objetivos claros para los tiempos venideros: (1) extender el área cultivable y adaptar los cultivos a áreas menos adecuadas para agricultura; (2) recuperar suelos destinados a agricultura en los que bajo presión de producción se han generado problemas físicos, químicos y biológicos, tales como la compactación, salinidad, toxicidad y presencia de organismos patógenos (ej: Fusarium), etc. y (3) reducir el impacto de la agricultura en el medioambiente por el uso racional de insumos de síntesis química (fertilizantes y biocidas) y su paulatino desplazamiento por productos de origen biológico. Cuando hablamos de recuperar los suelos destinados a agricultura, hacemos referencia a recuperar su actividad biológica para evitar la aparición de problemas nutricionales y de sanidad vegetal en el futuro como consecuencia directa de un desequilibrio en la biota edáfica y foliar (prevenir es mejor que curar y más barato).
Los suelos agrícolas pierden diversidad biológica como consecuencia directa de la incorporación misma de los cultivos y todos los insumos asociados a la práctica, los que generan un aumento en la presión de selección sobre la microflora edáfica existente y determina la selección de ciertos grupos microbianos por encima de otros. En este escenario, la inundación de la rizósfera con bacterias benéficas o promotoras del crecimiento y con capacidad de aumentar la actividad biológica del suelo, mejorar la fisiología de la planta y su sanidad, ha resultado en una estrategia efectiva para la agricultura de nuestro país en los últimos años y ha permitido la proliferación de numerosas empresas especializadas y una cantidad significativa de productos comerciales para diferentes especies vegetales de interés. Estos productos reciben el nombre de bioinsumos y se considera bioinsumo a todo producto biológico, como inoculantes, biofertilizantes, bioestimulantes, biopesticidas, bioinductores u otros, tanto de origen animal, vegetal o microbiano, que, utilizados en la producción agropecuaria, agroalimentaria, agroindustrial o agroenergética, generan un impacto positivo en los sistemas productivos. Hemos sido tan buenos para hacer estos bioinsumos, que Argentina es un referente mundial para este tipo de tecnologías y un país exportador de tales productos a todo el mundo.
Mientras tratamos de entender la complejidad del sistema agropecuario, ya están ocurriendo cambios significativos a nivel regional y global que impulsarán el mercado agrícola hacia el uso extensivo de bioinsumos. Uno de ellos es el recientemente firmado acuerdo entre la Unión Europea y el Mercosur. Si bien este acuerdo deberá ser ratificado por todos los países integrantes de los bloques y sus primeros resultados podrían apreciarse en tres años, impondrá a las exportaciones agrícolas argentinas a estándares de calidad significativamente más altos que los actuales.
Así, entendemos que es un buen momento para pensar hacia dónde necesitamos crecer, desarrollar tecnología y lanzarnos a la conquista de nuevos mercados con la seguridad de tener, no sólo la bendición de nuestro suelo, sino también la complicidad de los cultivos y el apoyo incondicional de sus diminutos socios estratégicos en cantidad de miles de millones.
Por Ing. Agr. Agustín Calderoni
Dr. Microbiólogo Fabricio Cassan