El principal mercado para las exportaciones granarias (soja, maíz) del Medio Oeste norteamericano es China, que atrae más de 70% del total. A diferencia de los commodities metalíferos, la demanda china de granos no ha dejado de aumentar en los últimos 6 años, a pesar de la desaceleración de su economía, que se ha reducido en 4 puntos en ese periodo (se expandía 11% anual entre 2001 y 2010, y ahora lo hace a una tasa de 6,5% por año).
La razón de esta diferencia es que las compras de commodities agrícolas no dependen del alza del PBI nominal, sino del aumento del ingreso per cápita, y éste ha crecido 20% anual en China en los últimos 6 años.
Por eso, a pesar del récord de producción mundial de soja (que creció a 340 millones de toneladas en 2016/2017), los precios de la oleaginosa no han caído, y esto ha beneficiado fundamentalmente a los farmers del Medio Oeste, que son los principales exportadores del sistema global.
De ahí que haya ocurrido un vuelco de la producción de maíz a la de soja, con una expansión del área plantada que la llevaría a 125 millones de hectáreas en 2016/2017 (un aumento del 4% respecto al ciclo anterior).
Esto significa que el mercado chino es absolutamente crucial para la producción agrícola norteamericana; y esto es lo que le otorga al agro norteamericano un papel estratégicamente decisivo en la relación entre los dos países.
Esto ha sido reconocido por Donald Trump al designar como nuevo embajador en China al gobernador del Estado de Iowa, Terry Edward Branstad. Iowa es el corazón de la producción sojera estadounidense, y Terry Branstad –tres veces gobernador del Estado-es amigo personal de Xi Jinping, presidente de la República Popular.
El objetivo de Trump en relación a China es reequilibrar el comercio bilateral, que es el primero del mundo (U$S 740.000 millones en 2015), y en el que Estados Unidos experimenta un déficit comercial de U$S 340.000 millones en ese período.
La forma de hacerlo es doble: a través de un aumento significativo de las compras chinas en el mercado norteamericano, sobre todo de productos energéticos; y mediante la multiplicación de las exportaciones estadounidenses a la Republica Popular, en especial productos agroalimentarios de marca, en especial cárnicos.
Hay que prever un drástico aumento de las inversiones estadounidenses en la industria agroalimentaria china, para producir y vender allí productos de marca destinados a la creciente clase media (conformada por más de 300 millones de personas con un ingreso per cápita semejante al de Estados Unidos).
El Estado de Iowa ha comenzado a instalar en China un sistema agrícola de altísimo nivel de productividad, semejante a los del Medio Oeste. Pretende trasplantar la tecnología agrícola más avanzada del mundo –solo comparable a la de la Pampa Húmeda argentina -, en el país que es el eje de la demanda mundial de agroalimentos.
El nuevo Embajador Terry Branstad inaugurará el emprendimiento, situado a 3 horas de Beijing, al finalizar enero.
Trump es un hombre de negocios, y ha triunfado en todos los estados agrícolas norteamericanos, ante todo en Iowa. La posibilidad de una guerra comercial entre Estados Unidos y China es escasa, o para ser más precisos, nula.